Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días
llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a
su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela
despertó, y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su
guardián, y huyó rápidamente a la selva.

La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro.
Al siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo
de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes, y flores rojas aterciopeladas,
que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de valentía y fortaleza
ante el sufrimiento.
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